Despidos silenciosos, erosión discreta del bienestar laboral

20 de Octubre de 2025

 

 

Despidos silenciosos, erosión discreta del bienestar laboral

 

En determinados entornos laborales, se da la situación de que algunos trabajadores experimentan cómo, sin previo aviso, proyectos de alto impacto se reasignan, invitaciones a reuniones disminuyen; e incluso las aportaciones del empleado pasan desapercibidas.

Más que una simple reorganización, este conjunto de acciones puede llegar a constituir lo que se denomina un “despido silencioso”.

 

Conocido también como ‘quiet firing’ en inglés, se trata de un término que describe la estrategia de evitar un despido formal mediante tácticas más o menos sutiles que inducen al trabajador a dimitir por su cuenta, eludiendo así costes de indemnización y la exposición de una baja oficial.

 

El despido silencioso supone, en definitiva, minar progresivamente la motivación y la posición del empleado mediante la retirada de responsabilidades significativas, la marginación en reuniones clave, la sobrecarga de tareas rutinarias y la denegación de oportunidades de formación o promoción. En sectores como el tecnológico, donde los planes de mejora de rendimiento pueden esconder objetivos inalcanzables; o en finanzas y consultoría, donde las reestructuraciones internas se presentan como oportunidades de “optimización”, estas prácticas se han normalizado. Por otro lado, industrias como el retail o la manufactura en ocasiones recurren a traslados forzosos y cambios unilaterales de horarios para persuadir a empleados veteranos de abandonar la compañía.

 

Desde la perspectiva empresarial, este método ofrece un ahorro inmediato en costes laborales y una reducción de trámites legales asociados a un despido formal. Al no hacerse pública la desvinculación, se salvaguarda la imagen corporativa frente a inversores y clientes, y se facilita la reconversión de la plantilla, introduciendo nuevos perfiles sin generar conflictos abiertos con los trabajadores existentes.

 

Sin embargo, y como resulta evidente, estos aparentes beneficios chocan con las serias consecuencias que acarrea esta práctica: El clima de desconfianza que se instala entre la plantilla puede disparar el absentismo y debilitar la colaboración interna, pues muchos temen ser los siguientes en ser “apartados” sin previo aviso. Además, la fuga involuntaria de talento puede implicar mayores costes de reclutamiento y formación, mientras que las reseñas negativas de exempleados en portales de empleo dañan reputacionalmente la marca empleadora y entorpecen la captación de nuevos perfiles.

 

Quienes experimentan un despido silencioso sufren, además, un impacto emocional significativo: el estrés crónico, la ansiedad y la sensación de inutilidad derivada de la marginación profesional pueden originar problemas de salud mental. Al no existir un despido formal, no hay indemnización, lo que deja a la persona en una situación de vulnerabilidad económica durante la búsqueda de un nuevo empleo. Aunque en ocasiones se ofrecen cartas de recomendación o compensaciones tardías, el daño psicológico y la pérdida de confianza ya están consumados.

 

Aunque el despido silencioso se muestra como una vía discreta para la reducción de plantilla, sus costes ocultos comprometen muy seriamente la sostenibilidad de los entornos laborales. A corto plazo es cierto que puede suponer ahorros y una reputación aparentemente estable, pero a medio y largo plazo erosiona gravemente la cultura organizativa, expone a la empresa a riesgos legales y deteriora la salud y la trayectoria de los empleados. Solo los procesos de desvinculación basados en la transparencia, el diálogo y el respeto mutuo garantizan un clima de confianza y mantienen la competitividad y el compromiso dentro de la organización.