El ‘doom spending’: Un fenómeno económico impulsado por la incertidumbre
18 de noviembre 2024
En los últimos años ha surgido un comportamiento de consumo en cierto modo preocupante que ha captado la atención de sociólogos y economistas: el ‘doom spending’, o gasto catastrófico.
Este término describe un patrón de gasto impulsivo y emocional que surge en contextos de crisis e incertidumbre. Afecta especialmente a las generaciones más jóvenes, como la Generación Z —que incluye a aquellos nacidos entre mediados de los años 90 y principios de los 2010— un grupo caracterizado por su constante conexión a las redes sociales y su exposición a la sobrecarga informativa. En medio de una economía frágil y un futuro incierto, esta tendencia de consumo parece haberse convertido en un refugio emocional para muchos jóvenes que, en lugar de ahorrar o planificar, eligen gastar impulsivamente para obtener gratificación inmediata.
El doom spending no es simplemente otro término para el consumismo; aunque ambos están relacionados con el gasto excesivo, el doom spending tiene una raíz distinta. A diferencia del concepto de consumismo tradicional, que está impulsado por una cultura de consumo que promueve la adquisición constante de bienes materiales, el doom spending se trata de una respuesta emocional a la percepción de que el futuro es sombrío e inestable. En muchos casos, las personas que caen en este tipo de comportamiento sienten que, debido a las crisis económicas, el cambio climático o la precariedad laboral, nunca podrán alcanzar las metas financieras tradicionales, como comprar una vivienda o tener una estabilidad a largo plazo. Ante esa percepción, eligen "vivir el momento", gastando en productos que les brindan una satisfacción momentánea, como ropa de lujo, tecnología o viajes.
Este tipo de consumo puede parecer una salida válida, pero los efectos pueden llegar a ser realmente alarmantes tanto para los consumidores como para la economía en general. Para muchos jóvenes, el doom spending se traduce en endeudamiento. Las compras impulsivas, especialmente en un contexto donde los precios están en constante aumento debido a la inflación, hacen que sea fácil caer en un ciclo de gasto excesivo y acumulación de deudas. Las tarjetas de crédito, los préstamos personales y los métodos de pago digitales fomentan un sentido de desapego del dinero real, lo que puede llevar a gastar más de lo que se posee. Esto no solo compromete su capacidad para alcanzar la independencia financiera, sino que también perpetúa un ciclo de ansiedad y estrés a largo plazo. Además, mientras que algunos jóvenes pueden estar gastando para aliviar sus ansiedades económicas, esto termina generando aún más incertidumbre sobre su futuro.
Para la economía, este fenómeno puede ser un arma de doble filo. A corto plazo, el doom spending puede generar un aumento en el consumo que beneficia a las empresas que ofrecen productos y servicios de lujo o entretenimiento, pero esta aparente bonanza económica es insostenible. Cuando los consumidores se ven abrumados por sus deudas o el estrés financiero, es probable que el gasto caiga drásticamente, lo que podría desencadenar una desaceleración en sectores clave. A largo plazo, este hábito de consumo contribuye a la creciente desigualdad económica, ya que los consumidores con recursos limitados se ven atrapados en patrones de gasto que les impiden acumular riqueza o mejorar su situación financiera.
Desde una perspectiva crítica, la solución a este fenómeno no está solo en reducir el consumo, sino en abordar las causas subyacentes que lo impulsan. La falta de educación financiera entre los jóvenes es un factor clave que debería ser priorizado por gobiernos y entidades educativas. Enseñar a las nuevas generaciones a manejar su dinero, ahorrar e invertir puede ayudar a frenar el doom spending, pero también se requiere una mayor estabilidad económica y oportunidades reales de crecimiento. Si las generaciones jóvenes no ven un futuro viable en el que puedan prosperar, seguirán buscando gratificaciones inmediatas, perpetuando este círculo vicioso.
Si bien este hábito puede proporcionar alivio temporal a las presiones de la vida moderna, sus consecuencias a largo plazo pueden ser devastadoras para las finanzas personales y la economía global. Solo un enfoque que combine educación financiera, apoyo institucional y un cambio en la narrativa económica puede romper este ciclo y ofrecer a las nuevas generaciones una vía hacia un futuro más prometedor.