El EBITDA, ¿un indicador clave de la rentabilidad operativa?
15 de Septiembre de 2025
El EBITDA, ¿un indicador clave de la rentabilidad operativa?
El término EBITDA, acrónimo de ‘Earnings Before Interest, Taxes, Depreciation and Amortization’ (lo que podría traducirse como “ganancias antes de intereses, impuestos, depreciación y amortización”), surge a finales de los años setenta como una fórmula contable destinada a homogeneizar el análisis de resultados operativos de compañías con diferentes estructuras de capital y prácticas fiscales. En esencia, descuenta del beneficio neto los intereses financieros, el impacto fiscal y los cargos por depreciación y amortización, de modo que refleja un indicador cercano al flujo de caja operativo, aunque sin incorporar las inversiones necesarias para el mantenimiento o la expansión de los activos.
Sus principales características residen en el carácter comparativo y la facilidad de cálculo a partir de las partidas del estado de pérdidas y ganancias. Al excluir elementos financieros y fiscales, ofrece una visión “limpia” del rendimiento de la actividad principal, libre de las distorsiones que introducen diferentes niveles de endeudamiento o regímenes impositivos. Al mismo tiempo, al prescindir de la amortización y depreciación, evita los sesgos que generan distintas políticas contables, aunque sacrifica por ello una aproximación completa al coste real de renovación de los bienes de capital.
La utilidad práctica de esta fórmula para las empresas es múltiple. Internamente, sirve como métrica clave en la elaboración de presupuestos y en el seguimiento de objetivos operativos, permitiendo a la dirección focalizarse en los ingresos y gastos inherentes al negocio sin distraerse con variables ajenas al core. Asimismo, los bancos y las agencias de calificación crediticia toman el EBITDA como referencia para fijar covenants de deuda, pues un indicador estable y creciente indica solvencia para atender obligaciones financieras.
No obstante, el empleo del mencionado método no está exento de críticas. Uno de los reproches más frecuentes es su incapacidad para reflejar las necesidades reales de inversión en activos fijos, ya que ignora por completo el CAPEX (gasto de capital) y la variación del capital circulante. En empresas intensivas en capital, como las energéticas u otras industrias, un EBITDA elevado puede enmascarar un elevado requerimiento de reinversión, lo que a la postre mermará el flujo de caja libre. Asimismo, al obviar los costes financieros, favorece la percepción de rentabilidad en compañías muy apalancadas, un riesgo que puede pasar inadvertido hasta que la carga de la deuda se convierte en insostenible.
Los defensores del EBITDA destacan su valor como brújula operativa y su eficacia en comparaciones rápidas entre pares del sector. Por ejemplo, un minorista que consigue elevar su margen del 12% al 15% durante dos años consecutivos demuestra, en principio, mejoras en eficiencia de inventarios o negociaciones más favorables con proveedores. En contraste, los escépticos señalan que la proliferación de ajustes y “add-backs” para eliminar partidas extraordinarias puede convertir al EBITDA en un indicador demasiado maleable y sujeto a manipulaciones contables.
En definitiva, el EBITDA constituye una herramienta poderosa y versátil para gestionar, financiar y valorar empresas, pero su interpretación exige prudencia y un análisis complementario de flujos de caja, ratios de apalancamiento y políticas de inversión. Solo de esta forma se garantiza que el indicador, lejos de convertirse en un espejismo contable, sea un verdadero reflejo de la salud operativa y la capacidad de creación de valor a largo plazo.