La ola que deja la pandemia

Estamos a punto de cumplir 18 meses desde que comenzara la pandemia que ha marcado inexorablemente la vida de todos nosotros y que ha puesto patas arriba no sólo todas las estructuras políticas, sociales y económicas sino, incluso en muchos casos, los proyectos personales más íntimos de todos nosotros.

Durante estos meses el concepto ‘ola’ ha ocupado nuestras vidas con un significado aterrador: el de un previsible incremento de casos y todas las consecuencias que traían consigo; sin embargo, ahora que se atisba el final de este gran maremoto, vale la pena mirar más allá en busca de una ola diferente: la de los cambios que inevitablemente afrontaremos como sociedad tras el enorme shock producido por la pandemia.

Es evidente que esta coyuntura ha tenido un impacto incuantificable en el sector empresarial que debe afrontar un proceso de reinvención en diversas esferas, aunque también las Administraciones y todos nosotros podemos extraer importantes lecciones de ella.

Uno de los anhelos más evidentes que se perciben en todos nosotros estos meses es el de recuperar la vida “tal y como era antes” y eso, básicamente, se traduce en volver a hacer aquellas cosas que hemos tenido que dejar de hacer forzosamente: salir, comer, relacionarnos, y disfrutar, en definitiva, de nuestro tiempo libre de la forma en que cada uno quiera. No obstante, no es verosímil asumir que tras este terrible periodo de excepcionalidad, volveremos a ser lo que éramos como si nada hubiera pasado. Es obvio que la pandemia nos ha cambiado, y entender esto es clave para las empresas que deberán afrontar la recuperación - especialmente de los sectores más afectados – entendiendo que nada volverá a ser igual, y sabiendo que es fundamental adaptarse a las necesidades de esta nueva normalidad.

Resulta evidente que las restricciones se han centrado especialmente en la posibilidad de disfrutar de nuestro tiempo libre y de nuestras aficiones, afectando especialmente a todo lo relacionado con el ocio, y en menor medida a aquellos productos/servicios que se han venido considerando esenciales. En consecuencia, creo que es fácil percibir que la pandemia ha creado un efecto “abstinencia” en la población que está ansiosa por recuperar el tiempo perdido en este ámbito. Es por ello que los sectores del turismo, la hostelería y el ocio en general, a pesar de haber sido los más afectados por la pandemia, tienen también la oportunidad de jugar un papel fundamental en la recuperación de esta demanda. Éste anhelo será también un elemento transversal en el comportamiento de la demanda global de los próximos años: tras una época muy dura, sólo un mensaje de esperanza en positivo podrá triunfar entre los consumidores de cualquier tipo de producto o servicio.

Otro de los elementos que jugará un papel determinante en los próximos años es el concepto de seguridad, pues esta pandemia ha puesto en jaque no solo nuestra salud – como es obvio –, sino también todas las certidumbres que creíamos tener. Así, hemos visto como los aviones dejaron de volar, las bodas dejaron de celebrarse, los niños dejaron de ir al colegio y hasta el fútbol se quedó sin espectadores.

Estas restricciones que hasta hace un par de años considerábamos impensables, van a generar un consumidor mucho más consciente y prudente, ávido de garantías y exigente en cuanto a certezas, seguridad y flexibilidad en sus compras, pues esta pandemia nos ha demostrado que lo que creíamos imposible, puede suceder con una rapidez inusitada.

Un tercer elemento, quizás incluso el más evidente, es el salto cualitativo que hemos tenido que dar en materia de digitalización. El aislamiento forzoso nos ha obligado a ser creativos y a avanzar en unas semanas en un cambio que en muchas empresas – y también en muchas casas – se había venido retrasando durante muchos años. Así, toda la familia se ha apuntado a la moda de las videollamadas y hemos aprendido que no hace falta verse en persona para sentirse muy cerca.

En el ámbito profesional nos hemos dado cuenta también de que hay vida más allá de la oficina y de que las reuniones, comidas o viajes de trabajo pueden sustituirse fácilmente con medios telemáticos. El teletrabajo ha supuesto una revolución para muchas empresas, especialmente las menos tecnológicas, que han tenido que afrontarla por obligación pero ahora tienen la oportunidad de implantarla por vocación.

Se abren puertas hasta ahora difíciles de imaginar, no solo en materia de conciliación y gestión de personal sino también en empezar a pensar que la oficina, y que un equipo de trabajo, tus compañeros, pueden estar en la mesa contigua o al otro lado de una pantalla, a diez mil kilómetros de distancia.

Y también se aplica a quienes en lugar de oficina piensan en tienda o cualquier lugar de atención al público. Estos meses nos han servido para darnos cuenta como consumidores de que internet no solo permite pedir comida rápida, si no que cualquier producto puede comprarse y venderse a distancia, e incluso la gran mayoría de servicios pueden prestarse perfectamente por medios telemáticos: la docencia, el diseño, el asesoramiento o el desarrollo de cualquier proyecto, por citar algunos ejemplos, se prestan perfectamente a distancia con medios tan sencillos y frecuentes en nuestra vida diaria como el email o una videollamada. En muchos casos, no sólo no se pierde nada, sino que aporta al cliente una flexibilidad que es muy valorada. Además, ofrece la oportunidad para las empresas y comercios más locales de mirar más allá de su radio habitual de venta, ya que con un producto o servicio competitivo puede alcanzar clientes sin importar lo conveniente o no de su ubicación.

Para algunos sectores que llevan ya años desarrollando la venta online (supermercados, tiendas de ropa o todo tipo de comercios a través de plataformas de ecommerce) no es una novedad, pero esta pandemia ha extendido el uso de estas tecnologías hasta un punto en el que cualquier empresa, en cualquier sector, está en condiciones de sacar partido a Internet.

En definitiva, ahora que empezamos a ver la luz al final del túnel, es el momento de no ser ingenuos pensando que todo volverá a ser como antes, si no de intentar aprovechar las lecciones de esta pandemia para construir una normalidad no solo nueva, si no mejor.

En este sentido, no solo el sector privado debe entender y adaptarse a la nueva realidad, si no que cabe trasladar similares implicaciones para el sector público, pues los profundos cambios sociales que hemos afrontado no se circunscriben únicamente al ámbito del consumo.

Así, el Estado no provee productos o servicios para nuestro ocio – no es su función – pero sí debería reconsiderar un enfoque más amable y menos autoritario que el que muchos ciudadanos han percibido durante toda la pandemia. Es obvio que hemos vivido circunstancias excepcionales que han requerido medidas que nunca se habían tenido que tomar. Pero no es menos cierto que el continuo goteo de prohibiciones y sanciones – con independencia de su oportunidad o no – han generado una frustración y un enfado que se ha traducido también en un impacto negativo en la salud mental de muchas personas.

Una vez superada la situación de emergencia sanitaria, es necesario que las Administraciones sean conscientes del impacto que sus decisiones han tenido y adquieran una posición más centrada facilitar la vida de los ciudadanos, estimulando su desarrollo personal y profesional en lugar de constreñir con injerencias su esfera privada.

En materia de seguridad y certidumbre, es evidente que las Administraciones juegan un papel clave en mantener un entorno de certezas para nuestras vidas, y también lo es que en los últimos tiempos estas certidumbres han brillado por su ausencia.

Nos hemos acostumbrado a normas y limitaciones que se anunciaban con escasas horas de antelación a su entrada en vigor, a cambios de criterio permanentes y a medidas que posteriormente eran anuladas por la justicia sin que se entienda muy bien cuál es la consecuencia de ello. Está claro que la imprevisibilidad de la pandemia no dejaba mucho margen, pero también lo es que las distintas Administraciones (en muchos casos incluso contradiciéndose entre ellas) han ido acumulado decisiones de enorme impacto en la vida de todos nosotros, de tal forma que hemos estado más de un año con la permanente incertidumbre de a qué hora podíamos salir a la calle, cuantos podíamos ser cenando con nuestras familias o si podíamos cruzar el límite de nuestra provincia sin ser multados.

El desarrollo de un país, tanto en términos empresariales como en los más estrictamente personales, requiere de un marco claro y estable, que permita poder planificar y estimar de forma fiable cual va a ser el futuro previsible, y tomar decisiones – inversiones, mudanzas, aspectos familiares… – sin el permanente riesgo en el que hemos vivido los últimos tiempos. El estrés generado por la continua improvisación es algo imputable a todas las Administraciones, y debería ser algo a corregir de forma tajante en la salida de esta crisis.

Por último, la digitalización de las AA.PP. es una asignatura pendiente desde mucho antes de la pandemia, pero cuyas consecuencias se han sentido de forma inexcusable en estos últimos tiempos. Hemos visto como los sistemas tecnológicos de la Administración se mostraban absolutamente insuficientes ante la necesidad de lidiar con la falta de presencia física. La falta de medios para las clases online era clamorosa, las ayudas tardaban meses en tramitarse – y no digamos la bochornosa situación de los ERTE durante los primeros meses –, las app de rastreo llegaron tarde y sin mucha utilidad, e incluso hoy seguimos sin tener un sistema verdaderamente eficaz e informatizado para gestionar las citas y la vacunación.

Resulta evidente que las Administraciones Públicas están muy atrasadas en lo que a digitalización se refiere, y ésta es una gran oportunidad para que se pongan manos a la obra en ofrecer al ciudadano los servicios y trámites de una forma ágil, sencilla y lo más digital posible. No es de recibo que podamos realizar todo tipo de compras y tramites online pero siga siendo necesario acudir a una oficina y entregar documentación en papel para casi cualquier trámite de la Administración.

Ya se sabe que las crisis son siempre una oportunidad. La situación que nos ha tocado vivir ha trastocado nuestras vidas en innumerables sentidos y afectado a miles de empresas de forma definitiva. Centrémonos en la otra cara de la moneda y pensemos en las oportunidades que se nos plantean ahora que por fin estamos atisbando los inicios de la recuperación. Empresas y Administraciones tienen el reto de saber aprovecharlas para que todos saquemos algo positivo de esta terrible pandemia.

 

Artículo de Jorge González Barrante, Economista
Para Castilla y León Económica